La ruidosa marcha de los mudos

Califación: 4/5 ★

Juan Álvarez, 2015.
Páginas: 224.

José María Caballero Llanos no estaba destinado a la grandeza ni a la vida militar. Era un humilde comerciante mudo que se desempeñaba como correo humano entre la capital y las provincias, mientras llevaba “inscrita en la mandíbula la tormenta del silencio”. No obstante, ayudó a escribir la historia que formó a nuestra patria, la llamada Patria Boba, desde los márgenes del poder. Caballero asistía a conversaciones tanto de los ilustres centralistas como federalistas, fue testigo de primera mano de los hechos que sucedieron al episodio del florero de Llorente y vivió el enjuiciamiento y condena de los grandes próceres de la nación.

Lo interesante de este personaje histórico es que también habitaba el otro espacio, aquel del que la historia oficial poco habla: la calle. Caballero contaba la historia como representante del pueblo. El mudo devenido miliciano nos da a conocer la historia no oficial, alejada de los que detentaban el poder. Mientras los otros actuaban en el conflicto, Caballero observaba lo que ocurría en los distintos niveles de la capital: las pugnas entre los criollos y chapetones, pero también el desespero del pueblo por la escasez de comida y alza de los precios.

Con La ruidosa marcha de los mudos, Álvarez logra enunciar la historia colombiana desde una persona común. Más que común, se trataba de un mudo que podía asistir a todas las conversaciones importantes porque se creía que no diría nada.

El autor nos demuestra que el ruido es “también del interior de los humildes”. El pueblo, así no haya tenido un papel principal al tejer la historia de Colombia, se siente y surte efectos en la independencia. Lo que no sabían las élites es que “lo mudo suyo no significaba eso pasivo que le habían hecho creer; el síndrome de confianza que le despertaba en los nobles al saberlo seco de lengua entrañaba un rango de acción contrario. La posibilidad, por ejemplo, de que él sí decidiera algo más que obedecer”. 

Con esta bella novela, Álvarez se encarga de devolver la historia a la calle, a las chicherías y a la plaza de mercado; la historia es de todos y cuenta lo que ocurre “a los oídos de la calle, que son el alfabeto del pueblo”.

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