Mil veces sí

Estoy acostumbrada a llenar mis días de ruido, de un sinnúmero de distracciones. Me despierto con podcasts de noticias, después oigo música que solo interrumpo cuando veo televisión en las noches o me voy a dormir (si les parece que exagero, les cuento que tengo cuatro Alexas en un pequeño loft). Incluso, los libros que tanto me fascinan me llenan la cabeza de ideas que no son propias. Ni hablar de las notificaciones del celular, que llegan sin ser llamadas e iluminan la pantalla de mi celular, creando en mí una necesidad de responder inmediatamente. Todos estos intrusos me hacen salir de dentro, callar la mente y no estar del todo presente. El problema no es el ruido, sino elegirlo inconscientemente. Es llegar a la casa del trabajo y, en piloto automático, dirigirte hacia el control del televisor.

¿Por qué le tenemos miedo al silencio? ¿Qué hay dentro de nosotros mismos que nos da miedo oír? Silenciamos nuestra alarma interna porque es más fácil prestarle atención a las interrupciones que llenan nuestras horas. Como dijo T.S. Eliot, “nos distraemos de la distracción con más distracciones”. Pero ¿acaso sabemos de qué nos distraemos? Escribiendo estas palabras, apagué la música. Silencié todo el ruido en mi casa menos el del aire acondicionado y los inevitables llamados de mi gato. Por unos minutos, me dediqué a escuchar.

Desde que leí In Case of Emergency, Break Glass, he estado pensando en la teoría del eterno retorno de Nietzsche. Esta nos pregunta qué pasaría si llega un demonio y nos dice que debemos repetir nuestras vidas ad infinitum. Repetir cada felicidad, triunfo, derrota, tristeza e incluso aburrimiento de la exacta misma manera. Lo bueno, lo malo, lo meh. ¿Te alegrarías o te hundirías en un abismo? Sé que los fracasos me han llevado a quién soy y no quisiera cambiarlos, pero cambié mi forma de ver los momentos triviales. Empecé a pensar dos veces si ver aquellas series que ni sabía por qué veía, si terminar de leer un libro que no disfrutaba o si quería seguir viendo cuentas de Instagram que me llenan de inseguridades.

Sé que esta teoría puede llevar a gente como yo, overthinkers por nacimiento, a un existencialismo absoluto. El peso de nuestras decisiones cobra tal importancia que puede abrumar demasiado. Pero también, nos ayuda a ser más consciente de cómo estamos llenando los espacios entre las líneas. Cómo llenamos incluso los momentos más triviales (a los que no solemos darles mucha importancia). No actuar en piloto automático, sino detenernos a pensar por qué hacemos las cosas. Si es porque realmente queremos o si es porque estamos acostumbrados, porque así es como siempre has hecho las cosas o porque es lo que ves a tu alrededor. Hoy intento sacar tiempo, así sea segundos, para pensar en mi siguiente paso. Estoy escogiendo todo lo que me ayude a afirmar tajantemente que repetiría mi vida infinitas veces.

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