Salvage the Bones

Califación: 5/5 ★

Jesmyn Ward, 2011.
Páginas: 288.

“And then I get up because it is the only thing I can do. I step out of the ditch and brush the ants off because it is the only thing I can do. I follow Randall around the house because it is the only thing I can do; if this is strength, if this is weakness, this is what I do. I hiccup, but tears still run down my face. After Mama died, Daddy said, What are you crying for? Stop crying. Crying ain’t going to change anything. We never stopped crying. We just did it quieter. We hid it. I learned how to cry so that almost no tears leaked out of my eyes, so that I swallowed the hot salty water of them and felt them running down my throat. This was the only thing that we could do. I swallow and squint through the tears, and I run.”

Me ha costado bastante empezar a escribir esta reseña, mucho más de lo normal. Siento que las palabras no le hacen justicia a esta novela, hermosamente poética y terriblemente esencial. Hay tragedias cuya magnitud solo parece posible empezar a comprender a través de la literatura. La ficción puede retratar la complejidad humana sin juzgamientos, permitiendo la exploración de los matices emocionales, las contradicciones y los dilemas que moldean nuestras vidas.

Es el año 2005 y un huracán comienza a formarse sobre el Golfo de México. En la ciudad ficticia costera de Bois Sauvage, Mississippi, el único que pareciera preocuparse por la llegada inminente del huracán es el padre de Esch. Su esposa falleció en el parto de su cuarto hijo, Junior, y desde ese momento su único interés terrenal es el alcohol. Ante la llegada de Katrina, obliga a sus hijos a ayudarlo a preparar la casa para el huracán, pero estos tiene otras preocupaciones.

La narradora, Esch, tiene quince años y acaba de descubrir que está embarazada. Vive con sus tres hermanos y su padre ausente en el Hoyo, entre depósitos de chatarra, camiones averiados y gallinas que esconden sus huevos donde puedan. Randall, el mayor, se esfuerza por obtener una beca de baloncesto, al tiempo que cuida de su hermano menor, Junior, quien apenas tiene diez años. Skeetah se desvive por cuidar a su preciada pitbull, quien dejó atrás las peleas de perros para dar a luz a una camada que, a pesar de todos los cuidados de Skeetah, mueren uno a uno.

La novela transcurre en doce días. A medida que la tormenta se acerca, la tensión aumenta hasta que cualquier otra preocupación de los personajes se vuelve secundaria. Conforme esta tensión crece, nos damos cuenta de que el Hoyo es mucho más que un lugar donde los sueños van a morir. Pocos libros pueden capturar la esencia de las emociones que acompañan a un desastre natural, pero este es el primer libro que leo en el que el huracán pasa a segundo plano. Quedan los huesos es una novela de supervivencia, una exploración del cuerpo pero, sobretodo, una novela sobre el vínculo inquebrantable del amor familiar.

El libro comienza con una descripción visceral del parto de la camada y, desde ese instante, me fue imposible dejar de leerlo. Esch y sus hermanos son tan fuertes que es posible olvidar lo dura que ha sido sus vidas creciendo sin su madre. Poco a poco, la narración y los diálogos revelan la cruda realidad. A partir de los doce años, Esch comienza a tener relaciones sexuales, ya que parecía más fácil que simplemente pedirles a los amigos de sus hermanos que se detuvieran. Incluso antes de que llegue el huracán, la comida era estrictamente racionada, pero esto no impedía que los hermanos convirtieran una ardilla asada y pan robado en un festín. El amor entre los hermanos deja una marca más indeleble que la arcilla naranja que rodea el Hoyo.

Jesmyn Ward publicó Quedan los huesos 6 años después de que ella y su familia sobrevivieran al huracán Katrina. Parte de su inspiración para empezar a escribir la novela viene de su enojo hacia quienes culpaban a los sobrevivientes que decidieron no evacuar. A pesar de ser una de las tormentas más catastróficas en la historia de los Estados Unidos, el país parecía haber pasado la página. Con esta novela, Ward nos obliga a recordar.

En sus palabras:

“I saw an entire town demolished, people fighting over water, breaking open caskets searching for something that could help them survive. I realized that if I was going to assume the responsibility of writing about my home, I needed narrative ruthlessness. I couldn’t dull the edges and fall in love with my characters and spare them. Life does not spare us.”

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