Califación: 5/5 ★

Olivia Laing, 2016.
Páginas: 314.

“You can be lonely anywhere, but there is a particular flavour to the loneliness that comes from living in a city, surrounded by millions of people.”

Llegué a este libro con los ojos vendados, sin tener idea de qué me esperaba una vez abriera sus páginas. Su portada me llamó la atención porque reconocí en ella la ciudad donde coexisten mis sueños y demonios. Abrí la primera página, leí la cita con la que empiezo esta reseña y obtuve las palabras para un sentimiento extraño que me ha acompañado desde que me mude a Nueva York. A pesar de convivir hombro a hombro con millones de personas, el ruido de la ciudad puede ser ensordecedor cuando está despojado de oportunidades de conexión, vulnerabilidad o cercanía.

“Sometimes, all you need is permission to feel. Sometimes, what causes the most pain is actually the attempt to resist feeling, or the shame that grows up like thorns around it.”

Cuando Olivia Laing se mudó a Nueva York, pese a estar saturada de las luces de neòn y el barullo fuera de su ventana, jamás se esperaba la soledad que la acompañaría todos los días. Empieza a encontrar un alivio e incluso cualidades redentoras de la soledad a través de obras de arte creadas a partir de Nueva York. Laing se centra principalmente en la vida y obra de cuatro artistas que demandan su atención. Edward Hopper, cuya obra personifica la soledad urbana mediante obras como Nighthawks o Morning Sun. Andy Warhol, quien, a pesar de sus fiestas y séquito de celebridades, modelos y otros artistas, esconde bajo su obra una soledad inconmensurable.

“He [Andy Warhol] called it Interview, and it has survived right through to the present day, a symphony of human speech, made by someone who knew exactly how much words cost and what consequences they can have: how they can start but also stop the opened organ of the heart.”

También se centra en David Wojnarowicz, quien sufrió abusos en su infancia para después llegar a ser estigmatizado en su vida adulta después de haber contraído sida. Sus fotografías atacan al mundo homogéneo cuya falta de diversidad lleva a la soledad. Por último, nos introduce a Henry Darger, cuya extraña vida como artista solo sale a la luz una vez el propietario del edificio la descubre poco antes de su muerte.

Laing no solo se enfoca en la vida y obra de estos artistas, sino que te da una visión bastante estudiada de la vida subterránea de la comunidad queer en Nueva York entre aproximadamente 1950 a 1980. Además, la autora relaciona lo anterior con anécdotas de su propia vida, también estigmatizada por ser una mujer trans. Por medio de esta fusión entre las biografías y sus memorias, Laing demuestra con maestría la necesidad de diversidad y conexión y cómo el arte reivindica todo aquello que la sociedad quisiera esconder. El arte, sobretodo los medios visuales, también son un medio para representar las heridas o lo innombrable. Después de todo, los seres humanos contenemos multitudes.

En sus palabras:

“So much of the pain of loneliness is to do with concealment, with feeling compelled to hide vulnerability, to tuck ugliness away, to cover up scars as if they are literally repulsive… [art] has the “capacity to create intimacy; it does have a way of healing wounds, and better yet of making it apparent that not all wounds need healing and not all scars are ugly.”

Me fascinó este libro y creo que volveré a él muchísimas veces. Lo recomiendo bastante a todas las personas que alguna vez se hayan sentido solas, particularmente si tienen una fascinación con el arte o con la ciudad de Nueva York. Aconsejo también acompañar la lectura buscando en internet las obras que detalla Laing.

Termino con una de mis citas favoritas del libro:

“Loneliness is personal, and it is also political. Loneliness is collective; it is a city. As to how to inhabit it, there are no rules and nor is there any need to feel shame, only to remember that the pursuit of individual happiness does not trump or excuse our obligations to each another. We are in this together, this accumulation of scars, this world of objects, this physical and temporary heaven that so often takes on the countenance of hell. What matters is kindness; what matters is solidarity. What matters is staying alert, staying open, because if we know anything from what has gone before us, it is that the time for feeling will not last.”

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